Pedagogía del asombro
La
pedagogía del asombro es una estrategia del aprender empleada por muchos
filósofos y pedagogos en su afán de lograr avanzar en los encontrados procesos
de la construcción de los verdaderos saberes.
En
la educación como proceso pedagógico el asombro crea un contraste entre el
saber y el no saber, entre ciencia e ideología, porque "el asombro es una
ruptura que concierne no a las realidades, sino a los marcos de las creencias,
al orden".
La
relación pedagógica educador-educando debe ser el campo preferido del asombro,
por lo que se puede lograr a partir de él en su dimensión dialógica.
Es
necesario crearlos medios para la creatividad, en las diversas materias de
enseñanza, pues efectivamente el pensamiento se origina en el asombro, la
verdadera cultura, el arte, la filosofía, la educación, son desde cierto
ángulo, consecuencia del asombro.
El
asombro es el mecanismo a través del cual los niños desean aprender. Lo que
asombra es la belleza.
La persona está hecha, no solo desde un punto de vista
filosófico, sino también neurocientífico, para conectar con la belleza de la
realidad. Hoy nuestros hijos tienen un déficit de realidad.
Para
que el aprendizaje tenga sentido, se necesita asombro, belleza, sensibilidad y
apego seguro. Sin esas condiciones,
el aprendizaje se reduce a la
mera repetición (hábitos sin fin) y se convierte en una rutina mecánica que
aliena al niño y no le permite vivir una existencia verdaderamente personal.
El
aprendizaje ocurre a través de la puesta en marcha del "triángulo del
asombro", que consiste en
1) el niño
2) el educador
3) la realidad.
El
educador no causa la realidad y la realidad existe al margen de si el niño la
conoce o no. Asistido por el educador, el niño la va descubriendo, no construyendo
El
bombardeo de estímulos en los niños, a través de las pantallas, del
multitasking tecnológico, del consumismo exagerado o de algunos métodos
educativos conductistas, satura los sentidos y lleva a la pérdida de
sensibilidad para percibir la realidad, por lo que el niño necesita cada vez
más estímulos para “sentir” la realidad. Cuando eso ocurre, se vuelve pasivo y
pasa a depender de los estímulos externos.
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